sábado, 2 de agosto de 2014

Nuestro escenario: Urantia

Si se pone uno a pensar en la hermosura de nuestro planeta, adornado con cascadas, lagunas, montañas, playas, picos nevados, azules cielos, sonidos de brisa entre hojas de mil especies arbóreas distintas, que a su vez son hogar de aves de colores de inspiradores cantos...

¿De qué Cielo es reflejo esta belleza?

Y si absteniéndose de la idea de un Creador externo, si acepta que es una proyección cinematográfica, la ilusión colectiva resultante de los pensamientos de la Humanidad, solamente queda concluir que nuestro planeta surgió en épocas en que el ser humano era más "humano" o al menos, más simple... más ingenuo... Más bello interiormente. Más armonioso...
Gente de cuya mente emanaban ideas bonitas.

Porque, en cambio, lo que estamos creando con nuestros pensamientos y esfuerzos ahora, es frío y caótico; si no violento.

¿Quienes fueron quienes crearon entonces nuestro astro, esa Urantia preciosa, escenario equilibrado y perfecto que aún se mantiene en algunos sectores no arrasados todavía por el "rey de la creación"? 

¡No creo que hayan sido cavernícolas greñudos!

Debieron ser civilizaciones perdidas en el pasado, que alcanzaron elevados niveles de sabiduría y estética, quienes mediante su pensamiento colectivo plasmaron el agradable telón de fondo de nuestro sueño. Seres que ya no están, definitivamente con nosotros.

¿Serían atlantes o lemures? ¿Viajeros del tiempo o del espacio implantados en divino experimento? Sabios sonrientes: artistas del pensamiento. Gente que sabía que era hija de la Luz. Gente de la que quedan recuerdos tenues en la arqueología y los mitos.

En todo caso, no eran como nosotros somos actualmente.



La Rueda de las Encarnaciones

Budistas e hinduístas han interpretado la existencia como una rueda sin fin de encarnaciones, en la cual el alma asume la experiencia de los seres más elementales hasta los animales y el ser humano, pasando por los minerales y los vegetales. Luego pasa al nivel de los héroes, los "superhéroes" -en nuestro lenguaje occidental-, llegando a los espíritus angélicos, los hambrientos y hasta demoníacos... Vuelta a empezar. El objetivo es entonces, lograr salir de esa espiral eterna, en la que nos enredamos unos con otros, nos agredimos, nos perseguimos, nos volvemos dependientes... ¡La locura!
Según esos místicos, tras la muerte, la siguiente experiencia o encarnación estará determinada por:
  1. Las obsesiones
  2. Los deseos insatisfechos
  3. Las cuentas pendientes (culpabilidad, odio) y 
  4. Por los pensamientos dominantes en el momento de la muerte.
Probablemente es así. Con la visión del Durmiente, esto tiene mucha lógica: Porque lo que aparentemente hacemos no es "reencarnar", sino saltar de un sueño a otro, en una cadena que no termina nunca... Y el siguiente se fabrica sobre los pensamientos dominantes del anterior. Los que nos obsesionaron. Los que no pudimos soltar.

Así, que nada más lógico que la urgencia de zafarnos de apegos, rencores y recuerdos (incluso cuando son recuerdos bellísimos); porque no queremos quedarnos para siempre dando vueltas en aventuras que no nos llenan y que al final fallan. 

Tengamos en mente que el pasado no existe más que en un destello de la mente del Durmiente... Una fracción de segundo en la que ocurren un montón de acciones inconexas. Por suerte, sin consecuencias reales ni implicaciones que nos puedan dañar a nosotros ni a los demás, aunque de momento nos parezca lo contrario y creamos que los errores son irremediables. Pero, entandamos: ¡Es un sueño! No le demos una trascendencia que no tiene. Podemos acabar con esta rueda si somos concientes de ella.

Entonces, a medida que nos acercamos a la despedida de esta ilusión, esforcémonos por irnos deshaciendo de ese equipaje que nos ha venido poniendo encima el Ego día a día. No lo necesitamos. Lo permitimos, por bobos... Pero no hace parte de nuestro verdadero ser. Por eso pregunta el koán: "¿Cómo era tu rostro antes del nacimiento de tus padres?" En esencia no tenemos rostro bonito ni feo... somos pura Luz.

De manera que quitémonos etiquetas y ropajes. Volvamos al Ser esencial, para que en el momento de la "muerte", no haya nada que nos jale hacia abajo, y nos lleve a seguir durmiendo y a seguir sufriendo pesadillas de penas o de gloria efímera.

Y ¿cómo lo hacemos? Igual que al meditar: Miremos pasar los sucesos cotidianos como quien ve pasar las nubes arrastradas por el viento por una ventana. Qué no nos marquen ni nos afecten.
Que nada se nos quede pegado. Que no haya recuerdos qué rumiar, ni para bien ni para mal. Para que en el momento crucial estemos vacíos y libres, de manera que el Ego no nos pueda poner a escoger entre nada y nada. 

¡Confío en que así lo burlaremos brillantemente!