domingo, 23 de octubre de 2016

El Juego de la Autosuperación



La gente de ahora ama los video juegos...
Pero, ¿Cual es la esencia de un videojuego?

¡Un reto!
Y se hace más interesante a medida que se juega más y se van dominando las reglas con más y más habilidad.

Igual es nuestra vida.  Le tratamos de encontrar profundo significado, pero posiblemente su motivo sea más lúdico que trascendental. 

Jugamos porque queremos jugar y porque nos encanta autosuperarnos y ganarle al programa.
Nos fascina sentirnos poderosos.

Con el mismo ánimo vinimos a la vida, y con un reto aún mayor...  Porque ya estamos en el grado avanzado: Nos lanzamos a jugar sin que se nos explicaran las reglas del juego de antemano. Eso sí,  ya adentro encontramos muchos gurús y pastores por todas partes, prometiendo enseñarnos las leyes y atajos para que se nos sea más fácil tener éxito.  Pero casi siempre estos guías son un desencanto y nos encierran en un círculo aburrido y sin salida.  Uno dice que la regla es ser el más fuerte.  Otro que el más humilde y otro afirma que el más rico vence o el más astuto. Otros pregonan que se gana encerrados en el monasterio y otros haciendo sacrificios o repitiendo letanías.

El caso es que ingresamos con un corto tiempo límite y con la opción de escoger una o más ventajas (cualidades) que pueden seleccionarse en una larga lista.  Algunos escogen talentos. .. otros posición... otros relaciones... ¡Y nos entregamos al concurso! ! Con ganas de triunfar  pero sobre todo, de divertirnos y dominar las reglas del juego para ser expertos y obtener mayor puntaje en la siguiente ronda.

En el camino, tal vez nos perderemos un rato del objetivo principal de la actividad y empezaremos a sufrir porque el juego no funciona como nos habíamos imaginado. .. O porque hay mejores jugadores a nuestra vista... A pesar de que -como en el videojuego-, la idea era solamente lograr la maestría y pasar un buen rato disfrutando el flujo resultante de embeberse en algo que nos interesa y que nos enseña a hacer bien algo.  ¡Eso era todo! 

Y como en cualquier aprendizaje,  el gusto se le encuentra después de miles de repeticiones...  A decir de los expertos, después de diez mil horas de práctica,  momento en el cual se es un maestro y se puede enseñar o declararse satisfecho con su arte. Así se hace un gran violinista o un gran deportista. También un tenor o un experto aviador.

Practiquemos entonces con amor y disfrutemos en el camino sin pensar que tenemos que salvar al mundo ni corregir a los demás. 

Seamos considerados con los otros participantes y demos dedicación al hermoso y variado juego de cada existencia, sin lamentar resultados aparentes por nuestra escasa habilidad o por haber escogido ventajas que luego no resultaron serlo tanto. 


Hacer lo que haya que hacer en cada momento de manera atenta y en el presente. Con gusto y con una buena dosis de asombro y agradecimiento por las mejoras que vamos obteniendo con las series jugadas.

¡Esto es auto superación!

sábado, 15 de octubre de 2016

La Leyenda del Durmiente



Náufrago reseco por mil soles, inerme y casi muerto, fui arrojado a las doradas arenas de la isla fértil del Shambalá, donde una princesa aborigen de fresca piel cobriza corrió a auxiliarme llevándome a su espectacular casa en el árbol, a la orilla del mar.

Allí  me cuidó por semanas devolviéndome a la existencia y entregando todo el amor que en mi citadina vida se me había negado.

Con ella conocí noches de luna semejantes a los relatos de los novelistas que habían alumbrado mi juventud y probé los manjares más dulces y revitalizantes de la flora de la preciosa isla.

Mi vida se convirtió en una agradable rutina de colaboración y ternura compartida, que hoy recuerdo con mucha nostalgia por el paraíso  perdido. 

Como se espera de todo compañero,  yo salía a la playa a buscar troncos de manglar para el horno en que mi amada inventaba manjares marinos desconocidos en mi serrana vida; y también estaba atento a reparar cualquier desperfecto que los ventarrones nocturnos hicieran a nuestra cabaña, aferrada al aire por lianas.

¡Todo era prefecto!  Casi llegue a olvidar mi gris pasado bogotano, colgando del atestado transmilenio para llegar, ya agotado y malhumorado al trabajo, a cambio de un salario de hambre.

Lo corriente en mi nueva vida era que en los días de brisa salíamos a recorrer la soleada y fresca isla o a visitar algunos parientes de mi reina adorada, uniéndonos a sus bailes y banquetes, cuando no a sus sesiones de cuentos y tradiciones. Debo decir que en estas últimas se destacaba siempre un personaje insólito a quien ellos llamaban con reverencia El Durmiente y de quien decían, provenía su raza y la abundancia de la isla. A él atribuían la pesca y el aire. La fertilidad y la salud.

Llegué a acostumbrarme a la idea, -respetuoso  siempre de las convicciones y creencias de mi adorable mujercita- hasta una tarde cuando en medio de nuestro juegos fuimos a dar a la entrada de una singular caverna que se suponía la morada del Durmiente.

Ella relató muy seria, que todos dependíamos del sueño de ése que reposaba por toda la eternidad creando mundos y gentes en su mente... Yo insistí obsesivamente -desdichado de mí- en entrar a mirarlo dormir, más por demostrarle a mi compañera que era imposible tal hecho y que se trataba de una leyenda, nada más. 

Ella lloraba suplicando que no hiciéramos ruido y nos alejáramos del sitio, implorando que no pusiéramos en riesgo nuestra feliz existencia en la isla. Pero mi racionalidad de geólogo experimental salió a flote ante tan demente idea y me obstiné en entrar. Efectivamente, dormía ahí alguien arropado en suaves edredones, bajo brillantes estalactitas que adornaban la cámara central de la caverna; arrullado por el transparente río subterráneo que cantaba al caer, unos metros más adelante al mar.

Con el ruido de nuestro ingreso a la cueva, roncó levemente incómodo un instante y se volteó al otro lado, abrazando la almohada de seda nacarada en la que estaba reclinado. No pude ver su figura en detalle porque mi amada me arrastró fuera de la cueva angustiadísima. Llovía con una ventisca impresionante, lo que se me antojo el coletazo de alguna tormenta tropical caribeña.

Pero desde ese momento, mi relación había perdido algo esencial.  Mi felicidad ya no fue la misma, pues ahora mi pequeña me miraba con rencor. Ella atribuía la desmejora del clima -que se volvió opaco y húmedo- a  la pesadilla causada al durmiente por nuestra intrusión, y no me perdonaba mi insolente actitud ante el creador de todas las cosas.

Por mi parte, yo pasaba las horas urdiendo un plan para desenmascarar a quien, según mi interpretación, tenía asustada a la tribu con esa leyenda absurda.  El caso es que perdí la paz y la dicha de vivir que la isla me había dado.
Hasta que un día me fui a la gruta del durmiente. Ingresé hablando en voz alta y requiriendo a quien estuviera dentro que saliera.

¡Fue terrible!
Súbitamente, me sentí levantado por aires en un helado vórtice, mientras en su centro, el rugido del mar anunciaba devorarme. Sentí mucho frío. Mis huesos dolían de humedad. .. Y me encontré adolorido, tirado en la playa azotada por el viento en esta isla desierta, tal como en el momento de mi llegada... Pero lamentablemente, no había nadie para salir a mi encuentro.

Aquí he pasado unos 7 años. .. Mi vida ya no tiene sentido. Nadie vendrá nunca a rescatarme.
Y lo más triste es que ya no hay aldea, ni caverna, ni casa en el árbol...Ni está ella: el amor de mi vida. ¡Todo había desaparecido!

¡Todo lo perdí por mi incredulidad!

(Nota: Esta es mi versión de una maravillosa historia de mi infancia que marcó mi vida. Leída en la revista Literatura Soviética de un año perdido, en volumen extraviado hace mucho).










jueves, 6 de octubre de 2016

El Misterio de El Tao



Trato de ser consciente y aceptar en mi corazón lo que racionalmente me ronda después de años de meditar en busca de la Verdad.

Abro los ojos y reluce un día de sol incomparable..  Único, aunque frecuente... Con un verdor que habla de vida infinita y cíclica y pétalos coloridos que no pueden cantar más que al amor.

Sin analizarlo, busco aceptarlo.

Vengo de donde vengo y de donde encajo:
del Hogar inmenso y cálido donde soy. Simplemente, Soy.
Sin necesidad de justificación ni de concurso.

Pero por ahora,
Estoy aquí en el Azul...
Lo mismo que podía estar en el Violeta
-que a veces, en mis incomprensibles nostalgias recuerdo y añoro-.
Podría tener hermanos grises, de tres ojos y tres brazos...
es cuestión de la dimensión escogida, según nos contaba Carl Sagan.

Me reconozco parte del Observador
y por ello observo,
tratando de no enredarme tanto. De no tomar partido. De no acalorarme.

Cierro los ojos y me reconforta el instante  en que estoy de vuelta, Ahí, por fin.
Aunque no sé con Quien.  Pero lo venero y lo siento muy mío.
Es la Sustancia que todo lo penetra y todo lo permea. Fuera de la cual no existe nada: Ni cosas, ni seres.

Así que siguiendo a Lao Tsé, digo:

Como no sé su nombre, lo llamo Tao.

Porque el nombre que puede ser nombrado, no es el verdadero nombre.
El Principio del Cielo y la Tierra no tiene nombre...
Y si tuviera nombre, sería dual: sería la madre de la ilusión.
Sería la madre de los diez mil seres.